lunes, 30 de noviembre de 2015

HIMNO DEL AÑO DE LA MISERICORDIA


EL SACRAMENTO DE LA CONFESION



CATEQUESIS N. 4

 
EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA
JUBILEO DE LA MISERICORDIA

LA SEÑAL DE LA CRUZ
GLORIA AL PADRE…
CANTO: (CANTO SUGERIDO: VENGO ANTE TI MI SEÑOR)

LA ALEGRIA DE ENCONTRARNOS
Durante todo el jubileo de la misericordia, podremos  atravesar la Puerta Santa con la posibilidad de adquirir la indulgencia plenaria, sin embargo, el verdadero perdón llega con la Confesión. “Durante el Jubileo extraordinario de la Misericordia, el confesionario será 'la Puerta Santa del alma”[1] El Jubileo de la Misericordia, será un año propicio para redescubrir la centralidad del sacramento de la Confesión en la vida de la Iglesia. Todo el que quiera experimentar la alegría de sentirse acogido y amado por Dios deberá, en efecto, acercarse al confesionario, porque principalmente a través de este sacramento, Dios se manifiesta al hombre como Padre que no se cansa nunca de perdonar y de salvar.
Todos los peregrinos que lleguen a Roma y en nuestra diócesis a los templos de Nueva Santa Rosa, Cuilapa y Taxisco,  para obtener la indulgencia plenaria, deberán pasar a través de la Puerta Santa. Pero, para que el fiel obtenga la absolución de los pecados y experimente la alegría del perdón de Dios, deberá pasar a través de las puertas del confesionario. La Confesión se convierte también en lugar donde “se aprende, se descubre y se vive sobre la propia piel la grandeza del amor de Dios que sacude nuestro corazón del horror y del peso del pecado, lo hace consciente y lo dirige cada vez más a la alegría del Evangelio. El sacramento de la Penitencia es la expresión más sublime del amor y de la misericordia de Dios con los hombres, como enseña Jesús en la parábola del hijo pródigo. El Señor espera siempre con los brazos abiertos que volvamos arrepentidos, para perdonarnos y devolvernos nuestra dignidad de hijos suyos.  La Confesión sacramental es el sacramento instituido por Cristo Nuestro Señor para perdonar los pecados cometidos después del Bautismo, y conferir la gracia sacramental que ayuda a no volver a ofender a Dios y a luchar eficazmente por llegar a la santidad.

La institución de este sacramento fue  en la tarde del mismo domingo en que resucitó Nuestro Señor. En la primera aparición a sus apóstoles Cristo les dijo: “La paz sea con vosotros. Como el Padre me envió así os envío yo”. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos” (Jn 20, 21-23). La Iglesia ha entendido siempre que Jesucristo con estas palabras confirió a los Apóstoles y a sus legítimos sucesores la potestad de perdonar los pecados, poder que se ejerce en el sacramento de la Penitencia. Queda claro que la Iglesia tiene poder, recibido de Jesucristo, para perdonar los pecados de los hombres, por muchos y graves que sean.
Ciertamente, el Sacerdote es un ser humano como cualquier otro, con todas sus debilidades, iguales o mayores que las de los demás. Es cierto. Pero resulta que tiene un poder especialísimo que le otorga -nada menos que Dios- para perdonar los pecados de todos los hombres y mujeres que se acerquen al Sacramento de la Confesión.

HABLEMOS CON DIOS
Jesús mío, quiero hacer una buena confesión, ayúdame a hacerla. Ayúdame a recordar los pecados que he cometido desde mi última confesión, ayúdame a dolerme con todo mi corazón de ellos y decirlos bien al Sacerdote. Virgen Santísima, Madre mía, Santo Ángel de mi Guarda y todos los Santos del Cielo, rueguen por mí para que haga yo una buena confesión. Amén

CANTO DEL ALELUYA

ESCUCHEMOS LA PALABRA
DEL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN
20: 19-23
Al llegar la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, los discípulos se habían reunido con las puertas cerradas por miedo a las autoridades judías. Jesús entró y, poniéndose en medio de los discípulos, los saludó diciendo: — ¡Paz a ustedes! Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y ellos se alegraron de ver al Señor. Luego Jesús les dijo otra vez: — ¡Paz a ustedes! Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes. Y sopló sobre ellos, y les dijo: —Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar. PALABRA DEL SEÑOR

REFLEXIONEMOS LA PALABRA
Los cristianos confesamos nuestra fe en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia católica, la  comunión de los santos y el perdón de los pecados. Estas verdades se hallan íntimamente relacionadas; cada una de ellas hace referencia a las demás, y todas ellas tienen que ver con el encargo que el Resucitado dio a sus apóstoles, cuando los envió en misión: "Vayan por todo el mundo y proclamen la buena noticia a toda criatura. El que crea y se bautice, se salvará, pero el que no crea, se condenará" (Mc 16,15-16). El que por medio del Bautismo sella su fe en Jesucristo, está reconciliado con Dios por la muerte de Jesús: los pecados le están perdonados. Por eso, el Bautismo es el primero y el más importante sacramento para el perdón de los pecados. El Señor resucitado dio a los apóstoles el encargo y la autoridad para administrar el Bautismo a los que creen y para incorporarlos así a su Iglesia.

San Juan, en su Evangelio, da testimonio de este encargo. Lo describe así: En la tarde de la fiesta de Pascua estaban reunidos los discípulos. Tenían miedo y habían cerrado la puerta. "Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: La paz esté con ustedes. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús les dijo de nuevo: La paz esté con ustedes. Y añadió: Como el Padre me ha enviado, yo también los envío a ustedes. Sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados, Dios se los perdonará; y a quienes se los retengan, Dios se los retendrá" (Jn 20,19-23).

En la Iglesia, la autoridad conferida por Cristo a los apóstoles se ha venido transmitiendo hasta el día de hoy: a los obispos y a los sacerdotes. Y está bien que así sea. Porque somos seres humanos y cometemos faltas y errores. Pablo lo expresa atinadamente, cuando escribe en la Carta a los Romanos: "Yo soy un hombre de apetitos desordenados y vendido al poder del pecado, y no acabo de comprender mi conducta, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco" (Rom 7,14-15). Estaríamos perdidos si a nosotros, los bautizados, no se nos ofreciera constantemente perdón: En el sacramento de la Penitencia, a quien se convierte y se arrepiente de su culpa y la confiesa, Cristo le concede la reconciliación y el perdón.  El evangelista San Juan refiere lo siguiente acerca de unos escribas. Traen a una mujer a la presencia de Jesús y dicen: Esta mujer ha cometido adulterio. Es culpable. Según la ley, tiene que morir apedreada. ¿Qué dices tú? Jesús guarda silencio. Como le instan a que responda, Jesús dice: "Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra". Los acusadores oyen su respuesta y la comprenden. Se van yendo uno tras otro. Finalmente se quedan solos Jesús y la mujer. Jesús le pregunta: "¿Dónde están tus acusadores? ¿Ninguno de ellos se ha atrevido a condenarte?" Ella responde: "Ninguno". Entonces Jesús le dice: "Tampoco yo te condeno. Puedes irte, pero no vuelvas a pecar" (Jn 8,1-10).

El relato del encuentro de Jesús con la mujer adúltera es un ejemplo. Jesús no rehúye a los pecadores. Come con ellos. Entre sus apóstoles hay un antiguo publicano. Y en su hora suprema Jesús dice al ladrón que está crucificado "a su derecha": "Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23,43). Jesús no clava a nadie en sus fallos. A los que están encorvados bajo el peso de la culpa, Jesús les quita de encima el peso para que puedan levantarse. Jesús no se preocupa de que se condene y castigue a los culpables, sino de que, como personas absueltas, vivan una vida nueva y no se olviden jamás de que Dios los ama. De este modo, ellos pueden aceptarse a sí mismos, porque han sido aceptados por Dios. El perdón no puede comprarse ni puede merecerse; nadie tiene derecho al perdón. El perdón sólo puede implorarse, para sí y para los demás. La bondad de Dios es infinita.   Pedro quiere saberlo con toda exactitud. Pregunta a Jesús: "Dime, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano cuando me ofenda? ¿Siete veces?" Desde luego, la oferta que Pedro hace no es mezquina. Sin embargo, al oír la respuesta de Jesús, se da cuenta de que hay que aplicar una medida totalmente diferente, cuando se trata de perdonar. "Setenta veces siete", dice Jesús. Y quiere hacernos comprender: No hay que poner límite a la cuenta. Debe perdonarse siempre que uno de nuestros semejantes necesite perdón (Mt 18,21-22). Desde luego, no es casual que sea Pedro precisamente el que haga la pregunta y el que reciba la respuesta. Es una respuesta que obliga. Porque a Pedro es a quien el Señor ha confiado las llaves del reino de los cielos, para que todo lo que él desate o ate en la tierra -perdone o no perdone- quede perdonado o no perdonado en el cielo, ante Dios (Mt 16,19).

CELEBREMOS NUESTRA FE
 
“El sacramento de la reconciliación es un sacramento de sanación. Cuando yo voy a confesarme, es para sanarme: sanarme el alma, sanarme el corazón por algo que hice no está bien. El Sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación – nosotros lo llamamos también de la Confesión – brota directamente del misterio pascual. En efecto, la misma tarde de Pascua el Señor se apareció a los discípulos, encerrados en el cenáculo, y luego de haberles dirigido el saludo “¡Paz a ustedes!”, sopló sobre ellos y les dijo: “Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen” (Jn. 20,21-23). Este pasaje nos revela la dinámica más profunda que está contenida en este Sacramento. Sobre todo, el hecho que el perdón de nuestros pecados no es algo que podemos darnos nosotros mismos: yo no puedo decir: “Yo me perdono los pecados”; el perdón se pide, se pide a otro, y en la Confesión pedimos perdón a Jesús. El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino es un regalo, es don del Espíritu Santo, que nos colma de la abundancia de la misericordia y la gracia que brota incesantemente del corazón abierto del Cristo crucificado y resucitado. En segundo lugar, nos recuerda que sólo si nos dejamos reconciliar en el Señor Jesús con el Padre y con los hermanos podemos estar verdaderamente en paz. Y esto lo hemos sentido todos, en el corazón, cuando vamos a confesarnos, con un peso en el alma, un poco de tristeza. Y cuando sentimos el perdón de Jesús, ¡estamos en paz! Con aquella paz del alma tan bella, que sólo Jesús puede dar, ¡sólo Él! En el tiempo, la celebración de este Sacramento ha pasado de una forma pública – porque al inicio se hacía públicamente – ha pasado de esta forma pública a aquella personal, a aquella forma reservada de la Confesión. Pero esto no debe hacer perder la matriz eclesial, que constituye el contexto vital. En efecto, es la comunidad cristiana el lugar en el cual se hace presente el Espíritu, el cual renueva los corazones en el amor de Dios y hace de todos los hermanos una sola cosa, en Cristo Jesús. He aquí por qué no basta pedir perdón al Señor en la propia mente y en el propio corazón, sino que es necesario confesar humildemente y confiadamente los propios pecados al ministro de la Iglesia. En la celebración de este Sacramento, el sacerdote no representa solamente a Dios, sino a toda la comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con Él, que lo alienta y lo acompaña en el camino de conversión y de maduración humana y cristiana.

 Alguno puede decir: “Yo me confieso solamente con Dios”. Sí, tú puedes decir a Dios: “Perdóname”, y decirle tus pecados. Pero nuestros pecados son también contra nuestros hermanos, contra la Iglesia y por ello es necesario pedir perdón a la Iglesia y a los hermanos, en la persona del sacerdote. “Pero, padre, ¡me da vergüenza!”. También la vergüenza es buena, es ‘salud’ tener un poco de vergüenza. Porque cuando una persona no tiene vergüenza, en mi País decimos que es un ‘senza vergogna’ un ‘sinvergüenza’. La vergüenza también nos hace bien, nos hace más humildes. Y el sacerdote recibe con amor y con ternura esta confesión, y en nombre de Dios, perdona. También desde el punto de vista humano, para desahogarse, es bueno hablar con el hermano y decirle al sacerdote estas cosas, que pesan tanto en el corazón: uno siente que se desahoga ante Dios, con la Iglesia y con el hermano. Por eso, no tengan miedo de la Confesión. Uno, cuando está en la fila para confesarse siente todas estas cosas – también la vergüenza – pero luego, cuando termina la confesión sale libre, grande, bello, perdonado, blanco, feliz. Y esto es lo hermoso de la Confesión. Quisiera preguntarles, pero no respondan en voz alta ¿eh?, cada uno se responda en su corazón: ¿cuándo ha sido la última vez que te has confesado? Cada uno piense. ¿Dos días, dos semanas, dos años, veinte años, cuarenta años? Cada uno haga la cuenta, y cada uno se diga a sí mismo: ¿cuándo ha sido la última vez que yo me he confesado? Y si ha pasado mucho tiempo, ¡no pierdas ni un día más! Ve hacia delante, que el sacerdote será bueno. Está Jesús, allí, ¿eh? Y Jesús es más bueno que los curas, y Jesús te recibe. Te recibe con tanto amor. Sé valiente, y adelante con la Confesión. Queridos amigos, celebrar el Sacramento de la Reconciliación significa estar envueltos en un abrazo afectuoso: es el abrazo de la infinita misericordia del Padre. ¡Cada vez que nos confesamos, Dios nos abraza, Dios hace fiesta! Vayamos adelante por este camino"[2]

COMPARTIMOS

 

Prepara una buena confesión, busca al sacerdote y dile que quieres confesarte. No sabes cuanta paz y felicidad se tiene después de pedir perdón a Dios por tus faltas.  ¡Recuerda que Dios te ama y te perdona siempre! ¿Cómo podemos animar a las personas para que  vayan a confesarse? Propósito: preguntar a tu párroco, cuando se celebran las penitenciales en tu parroquia, luego,  invita a tus familiares y amigos a celebrar el sacramento de la misericordia.

CANTO: (CANTO SUGERIDO: AMEMONOS DE CORAZÓN)
PADRE NUESTRO… AVE MARIA… GLORIA…
ORACION DEL JUBILEO DE LA MISERICORDIA
ABRAZO DE PAZ
SEÑAL DE LA CRUZ
CANTO MARIANO




[1] Monseñor Krzysztof Nykiel, regente de la penitenciaria apostólica de la santa Sede.
[2] Papa Francisco, Catequesis sobre el sacramento de la penitencia.


CATEQUESIS N. 3
LAS INDULGENCIAS
JUBILEO DE LA MISERICORDIA



LA SEÑAL DE LA CRUZ
GLORIA AL PADRE…
CANTO: (CANTO SUGERIDO: DONDE HAY CARIDAD Y AMOR)

LA ALEGRIA DE ENCONTRARNOS
 
 
Seguramente hemos oído la palabra “indulgencias”, entendiendo por tal una especie de gracia o favor que se vincula al cumplimiento de una acción piadosa: el rezo de alguna oración, la visita a un santuario o a otro lugar sagrado. También al oír la palabra “indulgencias” vienen a nuestra memoria las disputas entre Lutero y la Iglesia de Roma, y las críticas subsiguientes de los otros reformadores del siglo XVI. Trataremos de explicar con detalle todo esto. ¡Nos daremos cuenta  que gran regalo nos ofrece Dios a través de la Iglesia con las indulgencias! La palabra ¨indulgencia¨ viene del término INDULTO, que significa PERDÓN DE UNA DEUDA O DE UNA CULPA MERECIDA. Cuando pecamos gravemente de manera libre y consciente, además de hacer daño a los otros, te separas de Dios y quedan cerradas las puertas del cielo para ti. ¿Qué es lo que se perdona con la indulgencia? No se perdonan los pecados, ya que el medio ordinario mediante el cual el fiel recibe de Dios el perdón de sus pecados es el sacramento de la penitencia (cf Catecismo, 1486). Pero, según la doctrina católica, el pecado entraña una doble consecuencia: lleva consigo una “pena eterna” y una “pena temporal”.

 ¿Qué es la pena eterna? Es la privación de la comunión con Dios. El que peca mortalmente pierde la amistad con Dios, privándose, si no se arrepiente y acude al sacramento de la penitencia, de la unión con Él para siempre.

El perdón del pecado por el sacramento de la Penitencia entraña la remisión de la pena eterna, pero,  subsiste aún la llamada “pena temporal”. La pena temporal es el sufrimiento que comporta la purificación del desorden introducido en el hombre por el pecado. Esta pena ha de purgarse en esta vida o en la otra (en el purgatorio), para que el fiel cristiano quede libre de los rastros que el pecado ha dejado en su vida.

¿Tiene sentido hablar hoy de las indulgencias? Claro que sí, porque tiene sentido proclamar las maravillas del amor de Dios manifestado en Cristo que acoge a cada hombre, por el ministerio de la Iglesia, para decirle, como le dijo al paralítico: “Tus pecados están perdonados, coge tu camilla y echa a andar”. Él no sólo perdona nuestras culpas, sino que también, a través de su Iglesia, difunde sobre nuestras heridas el bálsamo curativo de sus méritos infinitos y la desbordante caridad de los santos.

HABLEMOS CON DIOS
Jesús, Jesús toma mi corazón: te lo dono. Deseo que eso sea el refugio en que pueda encontrar asilo cuando los pecadores más obstinados, te rechazan y te maldicen. Soy un pobre hijo  tuyo, que le has dado una misión grande a cumplir. Mas Tú, omnipotente y benigno, me ayudas y me perdonas si no llego a cumplir todo lo que deseas de mí. Por eso confío en tu bondad y misericordia infinita y te pido: “Piedad Jesús, piedad de mí y de todo el mundo. Ayuda mi incapacidad y ayuda a todos, ¡Gracias Jesús! Sé que ninguna plegaria eleva el alma en vano y que a cada deseo o invitación tú respondes con generosidad y amor infinito. Sean rendidas mil veces gracias a ti, por todo aquel perdón y aquellos dones de amor que das a todas las criaturas de la tierra para redimirlas y salvarlas. Amén.
CANTO DEL ALELUYA

ESCUCHEMOS LA PALABRA

DEL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN
3, 16-18
Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. PALABRA DEL SEÑOR

REFLEXIONEMOS LA PALABRA

La máxima expresión del amor que Dios  nos tiene, se llama Jesucristo. Él es la manifestación suprema, la epifanía y la demostración definitiva de que Dios es amor y nos ama. “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4, 9-10). “Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único” (Jn 3, 16). “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rom 5, 8). Jesús nos revela a Dios en su más genuina identidad, en su verdad más profunda, en su plena autenticidad, que es la misericordia: bondad difusiva, amor que se entrega, fidelidad inquebrantable a sí mismo y a los demás. El gran mensaje de la revelación, que se convierte en Evangelio, es decir, en la Buena Noticia, que encuentra su máxima realización y expresión histórica en Jesucristo.

Ahora, podríamos preguntarnos: ¿Por qué nos ama Dios? Y tendremos que responder que la razón y el porqué de su amor a nosotros no están en nosotros mismos, sino en él. Dios nos ama porque él es el Amor, y es muy digno del amor amar. El amor de Dios no supone, sino que crea en nosotros la bondad y la belleza. Su mirada nos hace buenos y gratos a sus ojos, porque imprime en nosotros la imagen del Hijo de sus complacencias. Por eso, conocer de verdad a Cristo y creer en él, es conocer verdaderamente a Dios y creer en su amor. Y creer de verdad en el amor de Dios, es creer en Cristo. “Nosotros, confiesa Juan, hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1 Jn 4, 16). Toda la vida espiritual cristiana se reduce, en última instancia, a creer de verdad que Dios nos ama, reconociendo agradecidamente y aceptando con temblorosa libertad ese amor.

CELEBREMOS NUESTRA FE

CONDICIONES PARA GANAR LA INDULGENCIA

Para poder beneficiarse de las indulgencias es necesario estar bautizado, no excomulgado y en estado de gracia por lo menos al final de las obras prescritas. Esto es fundamental para no caer en la superstición o pensar que se trata de algo mágico. Para que el sujeto que reúne estas condiciones se beneficie debe tener intención aunque sea general, de ganarlas y de cumplir las obras prescritas dentro del tiempo establecido y en la forma debida.
Con el sacramento de la CONFESIÓN, recibes el perdón de Dios y recuperas la unión con El. Este perdón, Dios te lo da gratis y supone que tendrás un cambio real en tu vida. Al confesarte se supone también que estás dispuesto a ¨reparar¨ o componer aquello que has descompuesto con tu pecado. Como esto muchas veces no es posible, pues es difícil reparar el daño cometido, entonces el pecado aunque ya esté perdonado en la confesión, te deja como una mancha, que tendrás que limpiar en esta vida con obras buenas o en el Purgatorio, para poder entrar totalmente limpio al cielo. Para entender esto mejor, podemos usar un ejemplo muy sencillo: el pecado es como un clavo que penetra en la madera. La confesión saca el clavo, pero deja un agujerito en la madera. La indulgencia es como el resanador que tapa el agujero y deja la madera como nueva.
Esto significa que si recibes la INDULGENCIA PLENARIA (perdón de todas tus culpas) estarás como recién bautizado, con el alma totalmente limpia de culpa. Si mueres acabando de recibir la indulgencia plenaria, te irás al cielo directo sin hacer escala en el Purgatorio.  A partir de la indulgencia todas las manchas que tenía tu alma desaparecerán. ¡Borrón y cuenta nueva! Es muy importante reflexionar: esto solo es posible porque la MISERICORDIA de Dios es infinita y porque su AMOR hacia ti también es infinito y no porque tú te lo ganes por tus méritos.
¿CÓMO GANAR UNA INDULGENCIA PLENARIA? Para ganar una indulgencia plenaria, debes siempre cumplir  los TRES REQUISITOS siguientes
1. La Confesión.  Hacer una confesión profunda.  La confesión puede hacerse el mismo día que se quiere ganar la indulgencia o haberla  hecho recientemente.
2. La Comunión. Esta debe llevarse a cabo el mismo día en que quiera ganarse la indulgencia.
3. La oración por las intenciones del Papa. Debes rezar un Padre Nuestro, una Ave María y un Gloria, y ofrecerlas por las intenciones del Papa por último, se reza la oración del jubileo de la Misericordia.
El papa Francisco en su carta, con la que concede la indulgencia con ocasión del jubileo extraordinario de la misericordia nos ofrece otros medios para ganar la indulgencia, medios o lugares que debemos tener en cuenta.[1]  
1) Los fieles “están llamados a realizar una breve peregrinación hacia la Puerta Santa, abierta en cada catedral o en las iglesias establecidas por el obispo diocesano y en las cuatro basílicas papales en Roma, como signo del deseo profundo de auténtica conversión”.
2) “Igualmente dispongo que se pueda ganar la indulgencia en los santuarios donde se abra la Puerta de la Misericordia y en las iglesias que tradicionalmente se identifican como Jubilares. Es importante que este momento esté unido, ante todo, al Sacramento de la Reconciliación y a la celebración de la Santa Eucaristía con un reflexión sobre la misericordia”
3) El Papa señala que cada vez que un fiel realice personalmente una o más las obras de misericordia corporales y espirituales “obtendrá ciertamente la indulgencia jubilar”.
4) Sobre los enfermos y los ancianos que no pueden salir de casa, el Pontífice afirma que para ellos “será de gran ayuda vivir la enfermedad y el sufrimiento como experiencia de cercanía al Señor que en el misterio de su pasión, muerte y resurrección indica la vía maestra para dar sentido al dolor y a la soledad”. “Vivir con fe y gozosa esperanza este momento de prueba, recibiendo la comunión o participando en la Santa Misa y en la oración comunitaria, también a través de los diversos medios de comunicación, será para ellos el modo de obtener la indulgencia jubilar”.
5) Sobre los presos, el Papa explica que “en las capillas de las cárceles podrán ganar la indulgencia, y cada vez que atraviesen la puerta de su celda, dirigiendo su pensamiento y la oración al Padre, pueda este gesto ser para ellos el paso de la Puerta Santa, porque la misericordia de Dios, capaz de convertir los corazones, es también capaz de convertir las rejas en experiencia de libertad”.
6) Indulgencia para los difuntos: “De igual modo que los recordamos en la celebración eucarística, también podemos, en el gran misterio de la comunión de los santos, rezar por ellos para que el rostro misericordioso del Padre los libere de todo residuo de culpa y pueda abrazarlos en la bienaventuranza que no tiene fin”.

COMPARTIMOS

 

Para ganar la indulgencia en el año de la Misericordia,  recuerda lo siguiente: La indulgencia es extra-sacramental (no es un sacramento). Requiere haber recibido el sacramento de confesión. La indulgencia no puede remover la culpa sino solo la pena. La culpa es removida al hacer una buena confesión. Ningún Papa ni concilio ha concedido a las indulgencias el poder de remitir la culpa, lo cual pertenece a la confesión sacramental. La indulgencia plenaria solo puede ser adquirida una vez en el transcurso del día. Aunque la comunión y la oración por el santo Padre son requeridas en el mismo día en que se ejecuta la obra o la oración, la confesión puede ser hecha 8 días antes o después. La indulgencia puede ser aplicada  por una persona difunta.

CANTO: (CANTO SUGERIDO: AMEMONOS DE CORAZÓN)
PADRE NUESTRO… AVE MARIA… GLORIA…
ORACION DEL JUBILEO DE LA MISERICORDIA
ABRAZO DE PAZ
SEÑAL DE LA CRUZ
CANTO MARIANO



[1] Carta del Santo Padre Francisco con la que se concede la indulgencia, con ocasión del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, Vaticano, 1 de septiembre de 2015.