sábado, 2 de julio de 2011

MONSEÑOR JULIO AMILCAR BETHANCOURT


OREMOS
Señor, tú que quisiste que tu hijo, Julio Amilcar
fuera en la tierra sucesor de los Apóstoles,
concédele gozar ahora de su eterna compañía en el cielo.
Por nuestro Señor Jesucristo... 
Amén.

V  Dale el descanso eterno, Oh Dios
R Y brille para él la luz perpetua


“EL OBISPO BUENO”
MONSEÑOR JULIO AMÍLCAR BETHANCOURT FIORAVANTI
PRIMER OBISPO DE LA DIOCESIS DE SANTA ROSA DE LIMA, GUATEMALA

Hay personas que dejan huella por donde pasan, se entregan a los demás y optan por servir, sobre todo en el silencio, personas que no les gustan los títulos ni los protocolos, tan solo les gusta servir y amar. Una de esas personas fue Monseñor Julio Amílcar Bethancourt Fioravanti, fallecido el cuatro de julio de 2006.

“Al pasar junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Y les dijo Jesús: Seguidme, y os haré pescadores de hombres. Cfr., Mc 1, 14” Monseñor Julio Amílcar Bethancourt Fioravantti. Nació en la Ciudad de Quetzaltenango, Guatemala, el 09 de Abril de 1937. Hijo de Don Rodolfo Bethancourt Mazariegos y Doña Julia Fioravantti (que en paz descansen). Fue el séptimo de once hermanos.

Monseñor Julio, al igual que los apóstoles, fue generoso ante la llamada que Dios le hizo en sus primeros años de vida. La edad no importó para responder a esa llamada divina, y se decide por seguir al Señor en el camino sacerdotal, es así como a los 12 años, ingresa al Seminario de San José de la Montaña, en la ciudad de San Salvador, donde realizó los estudios eclesiásticos de Filosofía y Teología.

 Contaba  Monseñor Julio Amílcar que eran cinco compañeros los que ingresaron al seminario y de los cinco sólo él llego a ser sacerdote. Nuestro obispo, siempre le guardó gran cariño a Monseñor Gerardo Flores, ahora Obispo emérito de la diócesis de la Verapaz, pues fue el párroco que lo llevó al Seminario Menor. Algo que siempre recordaba Monseñor era el día en que fue ordenado sacerdote por imposición de manos de Mons. Luis Manresa, en la ciudad de Quetzaltenango, el 29 de diciembre de 1963; y su primera misión pastoral, el ser Párroco en las Parroquias de Retalhuleu y Catedral de Quetzaltenango.

Nunca se imaginó monseñor Julio, que el Señor lo llamaba para ser pastor no solo de una parroquia, sino de toda una Diócesis, pues el 29 de enero del año de 1983 fue ordenado Obispo, ejerciendo su ministerio como Auxiliar de la Arquidiócesis de Guatemala. Eligió como lema Episcopal: “Diligentibus Deum Omnia Cooperantur in bonun” (cf. Romanos 8.28); indicando su deseo de responder a lo que Dios le pedía: respuesta y confianza en Dios que durante toda su vida se esforzó por cumplir.

Monseñor siempre mostró su fidelidad y obediencia al Santo Padre, sobre todo cuando le pedía ir a otra Diócesis, pues él mismo contaba que uno de sus compañeros obispos le dijo: “a usted monseñor sólo a la luna no lo ha mandado el Papa”, esto se lo decía porque el 09 de Abril de 1984 fue nombrado Obispo de la Diócesis de San Marcos, y el 30 de abril de 1989 Obispo de la Diócesis de Huehuetenango. Estas dos Diócesis marcaron la vida de nuestro obispo pues fue aquí donde más luchó y defendió a los más pobres y desposeídos que sufrían la guerra interna que azotó a nuestro país.

El 07 de abril de 1996, El Santo Padre Juan Pablo II, decide crear una nueva Diócesis en el departamento de Santa Rosa, para mayor bien espiritual de los fieles, desmembrándose de la Arquidiócesis de Guatemala. Es así como el 27 de abril de 1996, nuevamente El Santo Padre le pide dejar la Diócesis de Huehuetenango y lo nombra primer Obispo de la Diócesis de Santa Rosa de Lima, tomando posesión de la misma el 20 de julio de ese mismo año en la Ciudad de Cuilapa, cabecera del Departamento de Santa Rosa. Siendo Obispo de Santa Rosa, vivió en la casa parroquial de la Parroquia Cristo Rey de Nueva Santa Rosa, en la Casa parroquial de la Catedral Niño Dios de Cuilapa, y sus últimos años en la casa episcopal ubicada en la aldea Montecillos de Cuilapa Santa Rosa, en estos tres lugares le recuerdan con mucho aprecio. Durante su episcopado, fue coordinador de varias comisiones en la Conferencia Episcopal de Guatemala: Coordinador de las Pastorales de Litúrgica, Vocacional, Pastoral Familiar, y de Catequesis, entre otras. En la Diócesis de Santa Rosa creó nuevas parroquias, fue predicador incansable de la Palabra de Dios, recorriendo las parroquias de la Diócesis y numerosas aldeas. Promovió la construcción de nuevos oratorios; la formación de catequistas, y de ministros extraordinarios de la comunión. Promovió los apostolados de las comunidades religiosas en las tres diócesis donde fue Obispo. Promovió las vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales, invitando a todos a alcanzar la santidad, y a dar testimonio con obras de su fe en Cristo. Con mucho cariño trabajó junto a los sacerdotes de la Diócesis dejando antes de morir y poniéndolo ante los pies de Santa Rosa De Lima, patrona de la Diócesis, el primer plan diocesano de pastoral.

Monseñor, mostró siempre cariño a sus sacerdotes y seminaristas, animándoles a trabajar sobre todo por los más pobres. Su puerta siempre estuvo abierta a todos, teniendo palabras de aliento y esperanza. Dio ejemplo de fortaleza y esperanza en el Señor, sobre todo en su larga y dura enfermedad. Enfermedad que ofreció al Señor por toda la Diócesis a la que tanto quiso. En él, encontraron quienes le buscaron, más que a un Obispo, a un Amigo, a un Padre y Pastor. Falleció con la esperanza puesta en Cristo en la Ciudad de Guatemala, la noche del día 04 de Julio del 2006. Sus restos mortales descansan en la Santa Iglesia Catedral Niño Dios de la Ciudad de Cuilapa Santa Rosa. Confiamos que desde el cielo intercede por nosotros.

EJEMPLO DE SANTIDAD SACERDOTAL

Quienes conocimos a Monseñor Julio, sabemos que nunca buscó servirse, sino servir, tenia corazón de Padre, corregía como un Padre que quiere el bien del hijo. Nunca quiso imponer nada, buscaba el bien de las personas y se interesaba porque todos estuvieran bien, siempre en sus diálogos con los sacerdotes y seminaristas les preguntaba por sus familias, cuando visitaba los pueblos y aldeas, siempre tenía muestras de cariño para los ancianos, a quienes saludaba y se encomendaba a sus oraciones.

Monseñor Julio fue un hombre que vivió para Dios, es decir, para los demás. Fue radicalmente pobre en aquellas cosas que a nosotros, a veces, nos hacen sentir ricos, pero rico en esos tesoros que no se apolillan ni se carcomen, porque se ganan para siempre en lo ordinario de cada día, tratando de hacer todo por agradar a Dios. Monseñor Julio fue el hombre humilde, afable comprensivo y generoso, siempre invitaba a estar en sintonía con Dios por medio de la oración. Fue un gran enamorado de la Virgen, a ella la invocaba siempre por medio del rezo del Santo Rosario, era raro el día -dice una persona que le conoció y que se encargaba del cuidado de la casa episcopal- en el que no se le viera a Monseñor por las tardes, paseándose por jardines de esta casa, rezando -. Al recordado Beato Papa Juan XXIII, le llamaban “El Papa Bueno”, a monseñor Julio también se le conoció como “El Obispo Bueno”, ya que así le decían quienes le conocían, pues siempre estuvo disponible a todos, con él, no se necesitaba de hacer cita para ser atendido en su despacho, y siempre estuvo dispuesto en cualquier lugar a atender a quien le pidiera que lo confesara. Monseñor invitaba a sus seminaristas a aprovechar la dirección espiritual, y él mismo daba el ejemplo, pues se le miraba frecuentar la dirección espiritual. Fue Monseñor Julio, un incasable promotor vocacional, para todos tenía palabras de aliento. Muchos de los que ahora son sacerdotes o religiosas se decidieron a dar el sí definitivo al Señor, animados por sus sabios consejos y testimonio de vida.

En una Eucaristía, en la que confería el ministerio de lector a un seminarista de la Diócesis de Santa Rosa, le invitaba a seguir respondiendo a la llamada del Señor, y le recordaba la fidelidad que exige el seguir al Señor hasta el final con estas palabras: “ La vocación es para toda la vida, para toda la vida …”.

Son muchos los recuerdos que guardamos en nuestra memoria. Recuerdos que nunca se olvidarán, pues reflejan la grandeza, humildad y cariño de un pastor fiel a su rebaño. Sirvan también estos recuerdos para aquellos que no le conocieron, y para los que le conocimos, un aliento para esforzarnos siempre por agradar a Dios. Su ejemplo de vida nos estimula a vivir gozosos nuestro ministerio sacerdotal.



viernes, 1 de julio de 2011

¡VEN A MI!

“Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón”
EVANGELIO DEL DOMINGO 14 DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A
Mt 11,25-30
En aquel tiempo, exclamó Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.”

"¿Cuántas veces nos experimentamos cansados, fatigados, agotados, no sólo física, sino también anímicamente? ¿Cuántas veces hemos experimentado situaciones en la vida que nos agobian, es decir, que se convierten como en un peso demasiado grande, difícil de cargar, un peso que parece hundirnos, aplastarnos? Una larga y dura enfermedad; el inmenso vacío y soledad interior que me produce la pérdida de un ser querido; un problema que se prolonga y parece insoluble; un fracaso duro de asimilar; la pérdida del trabajo; no encontrar otro trabajo para poder sostener a la familia; una dura prueba espiritual que se prolonga por meses o años; las continuas y repetidas caídas –“siempre en lo mismo” – que desaniman y desesperanzan; un pecado muy fuerte que no me puedo perdonar; una responsabilidad que me sobrepasa; alguien que me hace la vida imposible; etc., etc. ¡En cuántas situaciones como éstas el espíritu puede flaquear, llevándonos a experimentar ese “ya no puedo más”!
Al experimentarnos cansados y agobiados, lo primero que quisiéramos es encontrar el descanso del corazón, tener paz, hallar a alguien en quien apoyarnos, alguien cuya compañía sea un fuerte aliento para perseverar en la lucha, alguien en cuya presencia vea renacer mi vigor. ¡Qué enorme bendición y tesoro son los verdaderos amigos, en los que podemos hallar el apoyo y descanso para el espíritu agobiado! ¡Pero cuántas veces sentimos que nos hace tanta falta ese apoyo, cuántas veces buscamos consuelos de momento que luego nos dejan más vacíos y agobiados, o cuántas veces preferimos encerrarnos en nuestra soledad haciendo que nuestra carga en vez de aligerarse se torne cada vez más pesada, imposible de cargar!
“¡Ven a Mí!”, te dice el Señor cuando te experimentes fatigado, agobiado, invitándote a salir de ti mismo, a buscar en Él ese apoyo, ese consuelo, esa fortaleza que hace ligera la carga. Él, que experimentó en su propia carne y espíritu la fatiga, el cansancio, la angustia, la pesada carga de la cruz, nos comprende bien y sabe cómo aligerar nuestra propia fatiga y el peso de la cruz que nos agobia. «Sin Dios, la cruz nos aplasta; con Dios, nos redime y nos salva.» (S.S. Juan Pablo II) Si buscas al Señor, en Él encontrarás el descanso del corazón, el consuelo, la fortaleza en tu fragilidad. Y aunque el Señor no te libere del yugo de la cruz, te promete aliviar su peso haciéndose Él mismo tu cireneo.
Y si por algún motivo un día te sientes anímicamente cansado, o si te sientes agobiado por algún peso que no puedes cargar, mira al Señor en el Huerto de Getsemaní (ver Jn 12,27). ¿Qué hizo Él cuando sintió la angustia en su alma? ¿Qué hizo Él cuando tenía que asumir la pesadísima carga de la cruz? Rezó más, insistía en su oración, la hizo más intensa, buscando la fortaleza en Dios (ver Mt 26,44). El Señor Jesús, el Maestro, nos da una enorme lección de lo que también nosotros debemos hacer: en momentos de prueba, de fatiga, de fragilidad, ¡es cuando más debemos rezar, con más intensidad, con más insistencia! ¿Y dónde mejor que en el Santísimo, ante el Sagrario, en su misma Presencia sacramentada? Sí, allí, ante el Tabernáculo, encontrarás esa paz, ese consuelo, esa fortaleza que necesitarás en los momentos más duros de tu vida"