lunes, 30 de diciembre de 2013

SANTO CRISTO DE TAXISCO



CRONICA DE LA CLAUSURA DIOCESANA
DEL AÑO DE LA FE 
Y LA CONSAGRACION
DEL  SANTO CRISTO NEGRO DE TAXISCO

Por Manuel Morales
Devoto del Santo Cristo

La consagración del Cristo de Taxisco o Cristo de la Divina  Aparición venerado en la parroquia San Miguel Arcángel en el municipio de Taxisco, Santa Rosa, fue un acontecimiento que se inscribió con letras doradas en el libro de la historia de la Diócesis de Santa Rosa.

La solicitud de consagración fue presentada a monseñor Bernabé de Jesús Sagastume Lemus,  Obispo de la Diócesis, a  iniciativa de un grupo de devotos de la imagen  y avalada con entusiasmo por el Padre Alejandro García, párroco de Taxisco:  luego de un lapso de espera la tan anhelada confirmación llegó, y la fiesta espiritual no se hizo esperar, hombres, mujeres y niños iniciaron los preparativos, eucaristías, sacramento de la reconciliación, rezo del Santo Rosario, novena y charlas, fueron entre otras los pilares fundamentales para que Taxisco viviera a plenitud esta bendición.

La fecha pactada para la consagración fue el sábado 23 de noviembre de  2013, en las vísperas del Día de Cristo Rey, cierre del Año litúrgico de la iglesia católica y culminación del Año de la Fe convocado por el Papa Benedicto XVI; como corolario a tan gran evento todo el Departamento de Santa Rosa se hizo uno con Taxisco, al realizarse también dentro de la misma fiesta la Clausura Diocesana del Año  de la Fe.

Desde meses antes los preparativos se iniciaron con la restauración del templo parroquial,  junto al Padre Alejandro García quien sin escatimar esfuerzos, unido a bienhechores y el  grupo de Amigos del Templo parroquial de Taxisco,  se hizo a la tarea de devolverle el esplendor que había perdido con el venir de los siglos.  El retablo del altar mayor, relicario que guarda al Cristo de la Divina Aparición, fue restaurado en su totalidad. 

El tiempo con su paso lento pero constante llevaron al calendario al mes de noviembre, siendo el domingo 10 cuando se iniciaron de manera oficial las actividades de consagración.

Cabe destacar que dentro de los eventos previos a la consagración, fue reimpresa después de muchos años la novena dedicada al Santo Cristo de Taxisco, escrita  en 1974 por el sacerdote franciscano Leonardo García Aragón.

Eran las 5 de la mañana del tan esperado 23 de noviembre,
cuando se inicio la alborada en honor al Cristo de Taxisco, repique de campanas, cohetillos y bombas fueron el marco ideal para el inicio del gran día.

Desde primeras horas de la mañana,  las calles del municipio se encontraban engalanadas con alfombras, festones y pancartas conmemorativas, pero desiertas de fieles porque la mayoría se encontraba en la parroquia; a las 9 de la mañana hizo su aparición en la puerta principal Monseñor Nicolás Thevenin, Nuncio Apostólico de su Santidad el Papa Francisco en Guatemala, para presidir la celebración eucarística y el rito de la consagración.

Monseñor Thevenin con su característico carisma saludo a toda la feligresía, luego en un ambiente ya un tanto caluroso, fue ubicado debajo de un bello palio rojo, y junto a Monseñor Bernabé y sacerdotes de  diócesis de Santa Rosa, iniciaron una caminata de poco más de un kilómetro al estadio municipal, en donde ya estaba preparado el altar para realizar la Eucaristía, en Clausura Diocesana del Año de la Fe y ¡Consagración del Cristo de Divina la Aparición!

¡Que viva el Papa!: ¡Que viva la iglesia!: ¡Que viva el Santo Cristo de Taxisco!, eran algunas de las frases que se gritaban desde los graderíos del estadio al arribo de la comitiva.

Con un cielo azul y al fondo el hermoso Volcán Tecuamburro, a las diez de la mañana, se inicio la eucaristía, solemne, festiva y de un misticismo digno de tan gran acontecimiento.

El Santo Cristo se ubico a un costado del altar, para que todos los presentes pudieran ser testigos de su consagración; luego de la homilía, monseñor Thevenin lo bendijo, bajo las escalinatas y junto a monseñor Sagastume, y los sacerdotes concelebrantes, se dirigieron al sitial de honor del Cristo de la Aparición;  con devoción monseñor Thevenin le ungió con Crisma la cabeza, manos, llaga del costado y pies, luego lo incensó.

El siglo XXI tan lleno de tecnología se hizo presente en la consagración, diversos medios impresos y radiales cubrieron el evento, fue transmitido por radio a los 4 puntos cardinales de Guatemala, abarcando a miles de católicos que por diversas razones no se pudieron hacer presentes en el lugar.

Finalizada la eucaristía, la “Consagrada Imagen del Cristo de Taxisco o Cristo de la Divina Aparición”, fue llevada procesionalmente a su templo parroquial, recorriendo las mismas calles que el Nuncio Apostólico había recorrido en horas de la mañana, a su ingreso fue recibido con jubilo. Posteriormente quedo a veneración de sus fieles.

Mucho habrá que decir, mucho habrá que compartir, porque conforme los años pasen, los que fuimos testigos de la consagración enriquecerán esta crónica.


Que Viva JESUS SACRAMENTADO, QUE VIVA LA SANTISIMA VIRGEN MARÍA, QUE VIVA SANTA ROSA DE LIMA.

Manuel Morales

Devoto del Santo Cristo

Taxisco, 8 de diciembre día de la Purísima Concepción del Año del Señor 2013.


































sábado, 20 de abril de 2013

MONSEÑOR GERARDI, 15 ANIVERSARIO DE SU MARTIRIO

 
 
Comunicado del Movimiento Monseñor Gerardi 
con ocasión del 15 aniversario de su martirio

por Arzobispado de Guatemala (Notas) el viernes, 19 de abril de 2013 a la(s) 12:46

“Sulabor pastoral nos ha marcado el camino”

Comunicadodel Movimiento Monseñor Gerardi
 con ocasión del 15 aniversario de su martirio

Hoy recordamos el martirio de nuestro hermano y obispo Juan José Gerardi Conedera. Monseñor Gerardi fue asesinado hace quince años, el 26 de abril de 1998, dos días después de que en la Catedral Metropolitana diera a conocer al mundo el informe Guatemala: nunca más.

Fue Monseñor Próspero Penados del Barrio, Arzobispo de la Arquidiócesis de Guatemala y Presidente de la Conferencia Episcopal en aquel momento, quien había solicitado al equipo de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODHAG) que presentara el proyecto a la Conferencia Episcopal.

El viernes 24 de abril de 1998, monseñor Juan Gerardi dijo: “comoparte de nuestra Iglesia asumimos responsablemente y en conjunto esta tarea deromper el silencio que durante años han mantenido miles de víctimas de laguerra y abrir la posibilidad de que hablaran y dijeran su palabra, contaran suhistoria de dolor y sufrimiento a fin de sentirse liberadas del peso quedurante años las ha abrumado.”

Aquel 24 de abril, no solo presentaba las conclusiones del Proyecto Interdiocesano de la Recuperación de la memoria Histórica de Guatemala (REMHI), como rompimiento del silencio, sino que lesdaba a las víctimas el protagonismo en la construcción de la paz, al propiciarla reconciliación, incorporando al perdón el principio imprescindible de laverdad y de la justicia.

MonseñorGerardi comprendió y vivió lo que significaba el seguimiento de Jesús, Mesías crucificado y resucitado, para su vida de cristiano y su vocación de Obispo en el contextosocio-histórico y eclesial de Guatemala. Monseñor Gerardi fue ante todo un hombre de fe, un seguidor de Jesús de Nazaret. Desde esta identidad vio la realidad tal cual es, en toda su crudeza. Y al entrar en contacto con ella, analizó las sucesivas coyunturas siempre desde el punto de vista de quienes sufren el flagelo de la injusticia y son víctimas de un sistema de muerte. Apartir de los valores del Reino de Dios y la opción que implican, se dejótransformar interiormente y además, cumpliendo con su misión de pastor y juntocon toda una Iglesia en proceso de transformación gracias al soplo renovador del Espíritu, se comprometió a contribuir a una tercera transformación: la de una realidad social injusta. Al iniciar sudiscurso con ocasión de la presentación del Informe del REMHI el 24 de abril de1998, dijo:

“Ante los temas económicos y políticos mucha gente reacciona diciendo: ‘¿para qué se mete en esto la Iglesia?’ Quisieran que nos dedicáramos únicamente a los ministerios. Pero la Iglesia tiene una misión que cumplir en el ordenamiento de la sociedad,que incluye los valores éticos, morales y evangélicos. ¿Qué nos dicen los mandamientos? ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. Y precisamente hacia ese prójimo tiene que dirigir su misión la Iglesia”. Estas palabras iluminan el actual contexto  en donde se abre una perspectiva de justicia a las personas y comunidades que sufrieron atroces violaciones a los derechos humanos, sobre todo los pueblos indígenas.  Hoy las voces tienen nombres propios y buscan restablecer su dignidad de seres humanos.

Junto con otros muchos documentos testimoniales y analíticos, las experiencias y descripciones recogidas en el Informe Guatemala: nunca más, del Proyecto Interdiocesano para la Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI) ofrecen pruebas fehacientes de la represión y del terror. Con estas prácticas, durante las horas más oscuras del conflicto armado interno, el Estado al servicio de privilegios elitistas pretendía ahogar en sangre los sueños de justicia y dignidad de la población mayoritaria, empobrecida y despojada de sus derechos humanos.
 
El informe preparado por Monseñor Gerardi y todo un equipo de colaboradores, dio voz a miles de víctimas, a quienes ayudó a superar los traumas, dignificarse y crecer como ciudadanos y ciudadanas capaces de comenzar la construcción de un país sobre bases de justicia y de paz.

A pesar de los múltiples intentos que a lo largo de estos 15 años los enemigos de la verdad han emprendido para manchar y borrar la memoria de Juan Gerardi, brilla hoy más que nunca la estrella de su figura como ciudadano destacado, como obispo compasivo con un pueblo crucificado y como amigo de los más pobres, dispuesto a dar la vida por su bienestar y dignidad. Monseñor Gerardi se encuentra encompañía de tantos obispos latinoamericanos que en las décadas después del Concilio Vaticano II han marchado al frente de sus pueblos como verdaderos Padres de la Iglesia en nuestro continente.

A la par de él, la figura de Monseñor Próspero Penados del Barrio fue clave en los trabajos pastorales y en la recuperación de la memoria de las víctimas. Fue él quienconfió en Gerardi como su fiel obispo auxiliar, como coordinador de la Oficinade Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODHAG) y como promotor delREMHI. Lo apoyó en todo momento. Por eso, Monseñor Penados sufrió mucho por elbrutal asesinato de su amigo y pidió que al morir fuera enterrado junto a él.

Nos alegra que, a los 8años de la muerte de Monseñor Penados y a los 15 años del martirio de MonseñorGerardi se realice, el próximo 26 de abril, el traslado de los restos de estosdos Obispos, a un lugar más accesible dentro de la Catedral Metropolitana,donde ambos puedan descansar y el pueblo creyente, que sabe honrar a susprofetas y mártires, pueda visitarles y expresarles su cariño.

Monseñor Juan Gerardi y Monseñor Penados soñaron y creyeron en la “Guatemala distinta”. Y trabajaron sin descansopor que fuera una realidad. Confiamos en que su lucha, esfuerzo y trabajocontinúen dando frutos. A pesar de los obstáculos, la semilla que Gerardi y Penados, junto con otros muchos hombres y mujeres, sembraron desde su labor pastoral a favor del pueblo de Dios y en particular del pueblo maya, ha marcado y sigue marcando el camino. Queremos mantener viva su memoria y dar seguimiento a su obra.
Guatemala, 26 de abril de 2013

DOMINGO DEL BUEN PASTOR




Mañana domingo 21 de abril,  la Iglesia  nos invita a celebrar la 50 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. La liturgia dominical  nos presenta  a Jesucristo como “El Buen Pastor” que da la vida por sus ovejas. Una buena ocasión, para que los párrocos y los amigos del seminario motivemos la oración y la ayuda económica a favor de las vocaciones sacerdotales..

Este año, la iglesia nos invita a reflexionar sobre el tema: «Las vocaciones signo de la esperanza fundada sobre la fe»,  muy atinado el tema  en el contexto del Año de la Fe y en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II. 

Los sacerdotes en este Domingo, con confianza nos encomendamos a Jesucristo, El Buen Pastor y le pedimos con fe,  que  nos regale  en su Iglesia, pastores que nos  guíen, oremos por los seminaristas de nuestra Diócesis de Santa Rosa.  Jesús Buen Pastor,  nos conceda  para la Iglesia que peregrina en Santa Rosa y para el mundo entero, abundantes vocaciones sacerdotales. 



Jesus  Buen Pastor Buen Pastor, bendiga al Papa Francisco y  a nuestro obispo, pastor de nuestra Iglesia Diocesana. 


Les invitamos a leer el mensjae para la jornada de oración por las vocaciones para este año.

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
PARA LA L JORNADA MUNDIAL
DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES
21 DE ABRIL DE 2013 – IV DOMINGO DE PASCUA
Tema: Las vocaciones signo de la esperanza fundada sobre la fe

Queridos hermanos y hermanas:
Con motivo de la 50 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebrará el 21 de abril de 2013, cuarto domingo de Pascua, quisiera invitaros a reflexionar sobre el tema: «Las vocaciones signo de la esperanza fundada sobre la fe», que se inscribe perfectamente en el contexto del año de la fe y en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II. El siervo de Dios Pablo VI, durante la Asamblea conciliar, instituyó esta Jornada de invocación unánime a Dios Padre para que continúe enviando obreros a su Iglesia (cf. Mt 9,38). «El problema del número suficiente de sacerdotes –subrayó entonces el Pontífice– afecta de cerca a todos los fieles, no sólo porque de él depende el futuro religioso de la sociedad cristiana, sino también porque este problema es el índice justo e inexorable de la vitalidad de fe y amor de cada comunidad parroquial y diocesana, y testimonio de la salud moral de las familias cristianas. 

Donde son numerosas las vocaciones al estado eclesiástico y religioso, se vive generosamente de acuerdo con el Evangelio» (Pablo VI, Radiomensaje, 11 abril 1964).

En estos decenios, las diversas comunidades eclesiales extendidas por todo el mundo se han encontrado espiritualmente unidas cada año, en el cuarto domingo de Pascua, para implorar a Dios el don de santas vocaciones y proponer a la reflexión común la urgencia de la respuesta a la llamada divina. Esta significativa cita anual ha favorecido, en efecto, un fuerte empeño por situar cada vez más en el centro de la espiritualidad, de la acción pastoral y de la oración de los fieles, la importancia de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.

La esperanza es espera de algo positivo para el futuro, pero que, al mismo tiempo, sostiene nuestro presente, marcado frecuentemente por insatisfacciones y fracasos. ¿Dónde se funda nuestra esperanza? Contemplando la historia del pueblo de Israel narrada en el Antiguo Testamento, vemos cómo, también en los momentos de mayor dificultad como los del Exilio, aparece un elemento constante, subrayado particularmente por los profetas: la memoria de las promesas hechas por Dios a los Patriarcas; memoria que lleva a imitar la actitud ejemplar de Abrahán, el cual, recuerda el Apóstol Pablo, «apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza que llegaría a ser padre de muchos pueblos, de acuerdo con lo que se le había dicho: Así será tu descendencia» (Rm 4,18). Una verdad consoladora e iluminante que sobresale a lo largo de toda la historia de la salvación es, por tanto, la fidelidad de Dios a la alianza, a la cual se ha comprometido y que ha renovado cada vez que el hombre la ha quebrantado con la infidelidad y con el pecado, desde el tiempo del diluvio (cf. Gn 8,21-22), al del éxodo y el camino por el desierto (cf. Dt 9,7); fidelidad de Dios que ha venido a sellar la nueva y eterna alianza con el hombre, mediante la sangre de su Hijo, muerto y resucitado para nuestra salvación.

En todo momento, sobre todo en aquellos más difíciles, la fidelidad del Señor, auténtica fuerza motriz de la historia de la salvación, es la que siempre hace vibrar los corazones de los hombres y de las mujeres, confirmándolos en la esperanza de alcanzar un día la «Tierra prometida». Aquí está el fundamento seguro de toda esperanza: Dios no nos deja nunca solos y es fiel a la palabra dada. Por este motivo, en toda situación gozosa o desfavorable, podemos nutrir una sólida esperanza y rezar con el salmista: «Descansa sólo Dios, alma mía, porque él es mi esperanza» (Sal 62,6). Tener esperanza equivale, pues, a confiar en el Dios fiel, que mantiene las promesas de la alianza. Fe y esperanza están, por tanto, estrechamente unidas. De hecho, «“esperanza”, es una palabra central de la fe bíblica, hasta el punto de que en muchos pasajes las palabras “fe” y “esperanza” parecen intercambiables. Así, la Carta a los Hebreos une estrechamente la “plenitud de la fe” (10,22) con la “firme confesión de la esperanza” (10,23). También cuando la Primera Carta de Pedro exhorta a los cristianos a estar siempre prontos para dar una respuesta sobre el logos –el sentido y la razón– de su esperanza (cf. 3,15), “esperanza” equivale a “fe”» (Enc. Spe Salvi, 2).

Queridos hermanos y hermanas, ¿en qué consiste la fidelidad de Dios en la que se puede confiar con firme esperanza? En su amor. Él, que es Padre, vuelca en nuestro yo más profundo su amor, mediante el Espíritu Santo (cf. Rm 5,5). Y este amor, que se ha manifestado plenamente en Jesucristo, interpela a nuestra existencia, pide una respuesta sobre aquello que cada uno quiere hacer de su propia vida, sobre cuánto está dispuesto a empeñarse para realizarla plenamente. El amor de Dios sigue, en ocasiones, caminos impensables, pero alcanza siempre a aquellos que se dejan encontrar. La esperanza se alimenta, por tanto, de esta certeza: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16). Y este amor exigente, profundo, que va más allá de lo superficial, nos alienta, nos hace esperar en el camino de la vida y en el futuro, nos hace tener confianza en nosotros mismos, en la historia y en los demás. Quisiera dirigirme de modo particular a vosotros jóvenes y repetiros: «¿Qué sería vuestra vida sin este amor? Dios cuida del hombre desde la creación hasta el fin de los tiempos, cuando llevará a cabo su proyecto de salvación. ¡En el Señor resucitado tenemos la certeza de nuestra esperanza!» (Discurso a los jóvenes de la diócesis de San Marino-Montefeltro, 19 junio 2011).

Como sucedió en el curso de su existencia terrena, también hoy Jesús, el Resucitado, pasa a través de los caminos de nuestra vida, y nos ve inmersos en nuestras actividades, con nuestros deseos y nuestras necesidades. Precisamente en el devenir cotidiano sigue dirigiéndonos su palabra; nos llama a realizar nuestra vida con él, el único capaz de apagar nuestra sed de esperanza. Él, que vive en la comunidad de discípulos que es la Iglesia, también hoy llama a seguirlo. Y esta llamada puede llegar en cualquier momento. También ahora Jesús repite: «Ven y sígueme» (Mc 10,21). Para responder a esta invitación es necesario dejar de elegir por sí mismo el propio camino. Seguirlo significa sumergir la propia voluntad en la voluntad de Jesús, darle verdaderamente la precedencia, ponerlo en primer lugar frente a todo lo que forma parte de nuestra vida: la familia, el trabajo, los intereses personales, nosotros mismos. Significa entregar la propia vida a él, vivir con él en profunda intimidad, entrar a través de él en comunión con el Padre y con el Espíritu Santo y, en consecuencia, con los hermanos y hermanas. Esta comunión de vida con Jesús es el «lugar» privilegiado donde se experimenta la esperanza y donde la vida será libre y plena.

Las vocaciones sacerdotales y religiosas nacen de la experiencia del encuentro personal con Cristo, del diálogo sincero y confiado con él, para entrar en su voluntad. Es necesario, pues, crecer en la experiencia de fe, entendida como relación profunda con Jesús, como escucha interior de su voz, que resuena dentro de nosotros. Este itinerario, que hace capaz de acoger la llamada de Dios, tiene lugar dentro de las comunidades cristianas que viven un intenso clima de fe, un generoso testimonio de adhesión al Evangelio, una pasión misionera que induce al don total de sí mismo por el Reino de Dios, alimentado por la participación en los sacramentos, en particular la Eucaristía, y por una fervorosa vida de oración. Esta última «debe ser, por una parte, muy personal, una confrontación de mi yo con Dios, con el Dios vivo. Pero, por otra, ha de estar guiada e iluminada una y otra vez por las grandes oraciones de la Iglesia y de los santos, por la oración litúrgica, en la cual el Señor nos enseña constantemente a rezar correctamente» (Enc. Spe salvi, 34).

La oración constante y profunda hace crecer la fe de la comunidad cristiana, en la certeza siempre renovada de que Dios nunca abandona a su pueblo y lo sostiene suscitando vocaciones especiales, al sacerdocio y a la vida consagrada, para que sean signos de esperanza para el mundo. En efecto, los presbíteros y los religiosos están llamados a darse de modo incondicional al Pueblo de Dios, en un servicio de amor al Evangelio y a la Iglesia, un servicio a aquella firme esperanza que sólo la apertura al horizonte de Dios puede dar. Por tanto, ellos, con el testimonio de su fe y con su fervor apostólico, pueden transmitir, en particular a las nuevas generaciones, el vivo deseo de responder generosamente y sin demora a Cristo que llama a seguirlo más de cerca. La respuesta a la llamada divina por parte de un discípulo de Jesús para dedicarse al ministerio sacerdotal o a la vida consagrada, se manifiesta como uno de los frutos más maduros de la comunidad cristiana, que ayuda a mirar con particular confianza y esperanza al futuro de la Iglesia y a su tarea de evangelización. 

Esta tarea necesita siempre de nuevos obreros para la predicación del Evangelio, para la celebración de la Eucaristía y para el sacramento de la reconciliación. Por eso, que no falten sacerdotes celosos, que sepan acompañar a los jóvenes como «compañeros de viaje» para ayudarles a reconocer, en el camino a veces tortuoso y oscuro de la vida, a Cristo, camino, verdad y vida (cf. Jn 14,6); para proponerles con valentía evangélica la belleza del servicio a Dios, a la comunidad cristiana y a los hermanos. Sacerdotes que muestren la fecundidad de una tarea entusiasmante, que confiere un sentido de plenitud a la propia existencia, por estar fundada sobre la fe en Aquel que nos ha amado en primer lugar (cf. 1Jn 4,19). Igualmente, deseo que los jóvenes, en medio de tantas propuestas superficiales y efímeras, sepan cultivar la atracción hacia los valores, las altas metas, las opciones radicales, para un servicio a los demás siguiendo las huellas de Jesús.

 Queridos jóvenes, no tengáis miedo de seguirlo y de recorrer con intrepidez los exigentes senderos de la caridad y del compromiso generoso. Así seréis felices de servir, seréis testigos de aquel gozo que el mundo no puede dar, seréis llamas vivas de un amor infinito y eterno, aprenderéis a «dar razón de vuestra esperanza» (1 P 3,15).
Vaticano, 6 de octubre de 2012
BENEDICTO XVI